lunes, noviembre 05, 2007

TEILHARD Y LA MÍSTICA (IV)

TEILHARD Y LA MÍSTICA (IV)


A la energía del cosmos, el padre Teilhard la identifica con el amor. Cuando las personas acceden a la cumbre del Ser Personal, no disminuyen su onticidad, como piensan los panteístas, diluyéndose en el ser divino, sino que acentúan su autoposesión.
Para el padre Teilhard el Espíritu es un fenómeno, y gracias al Espíritu, el Universo desde su origen hasta el presente, cobra una nueva fisonomía, la de la coherencia.
La Evolución es la energía que transforma el fenómeno a lo largo del tiempo y el espacio. Pero la concepción dinámica del ser que preconiza el padre Teilhard tiene que ser armonizada, por encima de cualquier otra cosa, con la ontología del ser creado.
El factor tiempo, para Teilhard, se ha incrustado en el esencia del ser, dotándolo de movimiento, de energía.
La energía cósmica, centralizada en el hombre, tiende hacia el Pleroma o unión ultraenérgica con lo Uno, pero sin posible confusión, puesto que el Punto Omega absorbe, sin diluirlo, lo personal, a través de un movimiento, de una energía, de las cosas, el hombre hacia el Omega; movimiento al que llama "amor". Amor que consiste en un mirar de todos, la Humanidad, en la misma dirección (Punto Omega).
Teilhard nos dice que el Autor de la creación es Dios, por lo que en este sentido, es el Alfa. Pero también Dios es la culminación de la Evolución, el Omega. Es, pues, Principio y Fin. Así que, el Mundo es lo que queda encerrado en ese "entreparéntesis" que es Dios.
El tiempo aparece, así, como el nuevo "demiurgo" de un crecimiento permanente, gracias a la integración que de él hacemos. Nosotros mismos lo incorporamos como duración, en el curso de nuestra vida.
La concepión cósmica global de Teilhard de Chardin, pues, es la de un Universo en continuo crecimiento o enriquecimiento ontológico, evolucionando apoyándose en el substrato de su estructura atómico-molecular, y centralizado y dirigido en y para el hombre respectivamente. Humanización del cosmos o cosmización del hombre, quien da al primero el sentido direccional ascendente que marca el itinerario del Alfa al Omega.
La visión de Teilhard, que parte de sólidas bases científicas, se introduce, sin solución de continuidad, en el mismo campo de la Metafísica.
La imagen sublime del universo teilhardiano entroncado en el mismo Dios posee un indudable atractivo. La Materia, la Nada (sin "espiritualización" alguna) se va empapando del Espíritu, en su lento camino hacia la Unidad Suprema. Sería indiferente para el propósito que existiese un ciclo del Universo o infinidad de ellos tras una serie de secuencias muerte-resurrección o destrucción-creación, puesto que en cada uno de ellos la materia del principio del ciclo, falta del Espíritu, se iría espiritualizando hasta el ocaso del ciclo que coincidiría con la máxima unidad-conciencia; la fenomenal fuerza de la materia espiritualizada en el cenit podría provocar la autodestrucción que hiciera posible un nuevo renacimiento, colaborando, así, en el continuo acrecentamiento de la Unidad Suprema, eterna, intemporal, infinita, sin límite, infinito de todos los infinitos. La Humanidad, transformada en ese conjunto de "tús" amalgamados por el amor, formaría parte de ese cuerpo místico de Dios, que desde el tiempo se extenderá fuera de él, junto con Dios (en íntima unión) hacia la inmortalidad.